jueves, 5 de noviembre de 2009

"EL SER HUMANO NECESITA SABER Y TENER LAS RAÍCES DE SU IDENTIDAD"

Un relato escrito por mi tia abuela... aunque no conoci a casi ninguno de los personajes, son parte de mi historia... de la vida de mi abuelo y la razon de su hermoso caracter... Parte de mi bisabuela y del alma blanca que todos amamos tanto...
RELATO DE ABUELITOS ARCE BARRANTES Y RECUERDOS DE FAMILIA… Ya hace 31 años que vivo fuera de mi ciudad natal, Lima. Nunca tuve intención de quedarme tanto tiempo lejos de mi país… Por contingencia, después de una etapa en Canadá, y en una visita que en principio era por 45 días a España, se convirtió en que estoy viviendo la mayor parte de mi vida en el extranjero, que se vuelve familiar en el día a día, pero que a la vez, va acumulando la nostalgia de mi niñez. A mayor distancia en el tiempo, más profundas van creciendo las raíces en los recuerdos. En un pequeño restaurante peruano en el madrileño barrio de Argüelles, donde vivo, ví un afiche en la pared de una Plaza que decía: Cajamarca. Nunca pude visitar Cajamarca, la tierra de mi padre, que me trae referencias de familia que siempre se nombraron en casa. Se confunden las ideas en un paisaje abstracto de imágenes que no se conocen, pero que se sienten en lo más profundo del corazón, sobretodo, cuando sabes que tu padre nació en esa ciudad, y que sus padres, tus abuelitos poseen una historia entrañable, no con muchos datos, pero suficientes para dar significado a la estructura del Nombre del Padre (como se aprecia en sentido psicoanalítico). Lo que siempre pude oír a mi alrededor, como la hermana más pequeña, de una familia de tres hijos, mi padre y mi madre, fueron palabras de respeto y admiración por todo lo que provenía de mi familia paterna. Y así era la realidad que confirmaba yo misma a través de mis recuerdos de niñez y adolescencia. Mi abuelito, D. Toribio Arce Vargas, magistrado, Vocal de la Corte superior de Cajamarca, estaba casado con Da. Beatriz Barrantes Silva Santisteban. Decían que él era una persona sumamente inteligente, que ejecutaba tres acciones a la vez; probablemente, redactaba en voz alta, decidía otro tanto y una tercera actitud reflejaba su gran capacidad intelectual reconocida por sus generaciones. Una foto con su sombrero de pico (estilo Napoleónico), solo la guardo en el recuerdo, porque se perdería con una foto de mi bella abuelita Beatriz. Solo las vi una vez, a la edad aproximada de diez años, en una mudanza de mi hermana Betty, y mi madre que apreciaba y quería mucho esas fotos, no pudo rescatarlas. Es como si lamentablemente, fueran absorbidas en un destino inexorable para escaparse de las manos para siempre. Menos mal, conservo otra foto de mi abuelito y mi abuelita, que me gustaría incluir al final de este relato, para que pudiesen los primos y sobrinos compartir el cariño y la admiración para conocer más el tronco de donde provenimos y que a la vez, puedan heredar los nuevos miembros de la familia, ya que como además yo no tengo hijos, comparto muy profundamente a que se divulgue nuestro entrañable y más preciado recuerdo familiar. Supe que mi padre Alberto Arce Barrantes, quedó huérfano de madre, muy pequeño, quizás apenas tenía tres años, y que lo educó el tío Absalón Barrantes. Agregaré al final, la transcripción de un escrito que recientemente encontró Beto, hecho con puño y letra de mi padre, en el que relata con admiración y respeto la personalidad del tío Absalón. He llegado a conocer al tío Absalón, se le veía siempre con el seño fruncido, como si estuviese molesto, y que uno es sensible a esto, especialmente cuando se tiene 4 o 5 años, que justo es cuando uno más percibe las personas y se le veía así porque era una persona muy seria y muy responsable, que inspiraba respeto profundo, a partir de su propio comportamiento recto e impecable. Recuerdo también que tenía dos hijos que conocí a temprana edad también; uno se llamaba Reynaldo y el otro Manuel. Con mis padres visitábamos al tío Manuel, pues vivía en una casa cerca de la nuestra, en el distrito de Pueblo Libre, en Lima. Era padre de 12 hijos, diez chicas y dos chicos, estaba casado con una señora que se llamaba Caridad. Esta señora a su vez, tenía una hermana soltera que la ayudaba a criar a la prole; la llamaban la tía Rebeca –a ella sí se la veía molesta siempre, y supongo con mucha razón, tratando de poner orden a los niños y ayudando en la tremenda tarea doméstica. Pero sé que los hijos asumían responsabilidades con sus hermanos, a medida que iban creciendo. La mayoría de ellos son muy guapos, tan rubios y de ojos claros, que puede uno creer que son europeos del norte. Me enteré hace pocos años, que Gloria, la hermana mayor, había fallecido. También el tío Manuel, en una muerte tan dulce, como echarse a dormir y no despertar. Me dicen que se reúne toda la familia, todos los Martes a rezar por el alma de Gloria y Manuel. Su profundo comportamiento Cristiano y Católico siempre ha dado ejemplo de familia organizada, unida, trabajadores y muy auténticos. En la actualidad, cuidan a su madre que aún vive, creo, pues todos somos tan frágiles y el tiempo pasa tan rápidamente, que no lo puedo asegurar esto, pues hace como 3 años que no tengo contacto telefónico con la familia Barrantes. El tío Absalón tuvo la previsión y la inteligencia de apuntar a mi padre en la Marina de Guerra, donde hizo carrera por unos 25 años, y después fue a desarrollar una labor docente para enseñar radio y electrónica. En aquella época recién salía la televisión (año 1957 aproximadamente). Siempre venía rezando al tío Absalón y dando gracias a Dios de esa visión que tuvo de preparar a mi padre, ya que mi madre viuda conmigo, pequeña y huérfana, pudo percibir la pensión de la Marina, que nos daba sustento. Recuerdo conversaciones a mi alrededor, cuando tenía pocos años, 4 o 5 quizás, comentando que el tío Manuel iba caminando por la calle, y de pronto vió que su padre caía víctima de un infarto al corazón. Recuerdo fotos de las exequias fúnebres del tío Absalon, donde se veía reunidos a todos los hombre de la familia –las mujeres no asistían a los entierros en aquella época. Comprendo el dolor que sufriría el tío Manuel que adoraba a su padre, y que estoy segura reforzó aún más su fé y su vida Cristiana. Mi padre tenía dos hermanas, la tía Leonor y la tía Julia Rosa. Solo recuerdo haber conocido a la tía Leonor, la recuerdo con pelo blanco y moño, en alguna tarde de visita, cuando yo tendría unos cuatro años. Volviendo a los comentarios de la abuelita Beatriz, sé que su familia tenía una historia de matrimonios entre miembros de la misma familia, que hacían confundir el árbol genealógico, que tan maravillosamente sabía explicar nuestro querido e inolvidable primo Emilio Montoya Arce. Cuántos recuerdos tan bonitos de la casa de Barranco, con las reuniones familiares, donde me parece aún oir cantar a nuestros querido primo Julián –quien era mi padrino de bautizo, y su esposa Alicia –siempre tan dulce… haciendo coro total con mi mamá María Lidia, es decir Lila como la llamaban. Mientras pasaban los platos de la cena que todos los familiares disfrutaban en una algarabía que aún resuena en mis oídos y con imágenes tan vívidas como el patio de la casa, iluminado en la noche, que reunía grupo de familiares. También recuerdo ese patio, donde los gatos eran comensales de rutina atraídos por el cariño que Rosita y Emilio les demostraban. Eran ellos tan entrañables también, que solo ofrecían cariño a toda persona y ser que tenían alrededor. El perro de la vecina, recuerdo se llamaba Milord, y éste vivía como un Lord más bien cuando visitaba la casa de Emilio, y esas vecinas de la casa de al lado, eran miembros-adjuntos de la familia. Los recuerdo con tanta emoción como si fuera ayer mismo, y también la última vez que les ví cuando viajé a Lima en el año 1982. Recuerdo Rosita vió una foto mía, de una puesta de sol, que reflejaba un atardecer en Edimburgo, Escosia, y le encantó, así que al regresar le envié una ampliación de esa foto por correo. Dicen que la casa de Barranco, en principio la encontraron mis padres para alquilar, pero al no decidirlo, luego le pasaron la voz a Emilio por si les interesaba y después ha pasado a ser un lugar emblemático para la familia. Cuántos lindos recuerdos de infancia de varios domingos que nos reunimos con la entretenida y amena conversación de nuestro querido Emilio. Cuando yo vivía en Paris, hace algunos años, recibí la noticia del fallecimiento de Rosita, que me llenó de tristeza cuando estaba yo en Plena Estación de Austerlitz, y se me cruzaban tantas imágenes del recuerdo. Mi sobrino Germán, hijo de mi hermano Alberto, recuerda con tanto cariño y admiración a Emilio y a Rosita, que a pesar que les vió pocas veces, fue impresionado por la sensibilidad y cariño que ellos desprendían. Mi mamá les quiso siempre muchísimo también y sé que todas las noches antes de dormir les incluía en sus oraciones. Ahora sé que ella les ha encontrado ya y pertenecen a la Gloria de Dios. Siempre se comentaba que la abuelita Beatriz era de excepcional belleza, decían: “rubia entre las morenas y morena entre las rubias; era tan bonita, que los coches de la época se detenían para admirarla”. Dicen tenía unas pestañas tan frondosas y largas, que sostenia con ellas, un cigarrillo sin dificultad. El abuelito la adoraba. Como la felicidad es efímera, la abuelita cayó enferma, creo que lamentablemene, de tuberculosis por contagio que en aquella época –siglo antepasado- no supieron controlar, y le arrebató la vida a los 33 años. El abuelito cayó en una profunda tristeza, lo que llamamos hoy depresión y se fue abatiendo él mismo, que creo no duró muchos años más. Sé que luego mi padre cuando lucía bien su uniforme de Marino (pues era muy guapo también), vivía con sus dos hermanas, Leonor y Julia Rosa. Fue en esa etapa que conoció a la Srta. María Lidia Casas Guerra (mi madre). Mi abuelita materna, la honorable abuelita Antonia Guerra Rivera (de Casas), era propietaria en Lima, y arrendó un departamento al joven marino Alberto. Esta circunstancia hizo que mi madre conociera a mi padre, creo ella tendría unos 19 años, pues se casó de 20 y él tenía 33 cuando contrajeron matrimonio. Incluiré una foto de novios de mis padres. No olvidaré de agregar las fotos únicas que tengo de nuestros abuelitos, que las guardo como un tesoro y que compartiré con ustedes con todo cariño, pues sé que desde el cielo, muchos van a estar muy complacidos. Hace pocos años envié copia a nuestro querido Leopoldo a Sydney. Él también partió alrededor de la misma fecha que mi mamita. Pocos meses después nuestro querido Julián. Por eso, tenemos varios ángeles que nos rodean, separados por una sutil línea que es la vida misma. Donde ellos perviven, el tiempo y la distancia no existen, por eso en la certeza de un inminente reencuentro, no debemos entristecernos, sino por el contrario honrar su recuerdo con todo el cariño, admiración y respeto para compartirlo luego en la promesa de Dios, de reunirnos con todo lo que hemos amado… Charo Arce Casas Marid, 10 de >Noviembre, 2007

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