martes, 17 de marzo de 2009

4 de marzo de 1984...

Mi mamá tenía 21 años. Mis hermanos, Fernando y Luis, tenían cuatro y dos años. El Beto, mi abuelo, vivía aun en Perú. Mi papá estaba emocionado con la idea de mi nacimiento aunque le daba temor no saber criar a una hija mujer después de haber tenido dos hijos hombres. Mi mamá estaba aun más emocionada por tener por fin la hija mujer que tanto anhelaba. La Mama, mi abuela, empezó a comprar regalos para mí desde que supo que sería mujer. Compró una pequeña pelota roja, un teléfono de juguete como los de esa época que sonaban al marcar los números. También compró una muñeca de trapo con cabellos ensortijados y rubios, un vestido verde con puntos blancos y ojos muy grandes verdes también. Ahora que recuerdo, se parecía un poco a ella e incluso tenía un vestido similar.

Era verano del 84, marzo para ser exacta. Dice mi mamá que ese verano fue uno de los más calurosos para ella, debe ser por esos molestos bochornos del embarazo. La noche calurosa del 4 de marzo, mi abuela estaba en el patio rojo de la casa sentada tomando una limonada helada para refrescarse. Mi mamá estaba terminando de acostar a mis hermanos, una tarea un poco difícil por el carácter juguetón de Fernando y las ganas de Luis de celebrar todo lo que él hacía. 

Cuando esperaba a Fernando y se le rompió la fuente se asustó como la chica de 17 años que era. Un tiempo después, en épocas navideñas, prendía algunos cohetes para que Fernando, sentadito un poco más allá, disfrutara de los colores y el sonido. Esa vez, cuando esperaba la llegada de Luis, dio un mal paso por evitar que Fernando se acercara y cayó al suelo golpeándose la barriga con el filo de un escalón. La fuente se rompió, pero su susto y dolor era más por el peligro de esa caída. Conmigo, ya era la tercera vez y no hubo ningún accidente de por medio, estaba tranquila y esperó que los demás se encargaran de llevarla a la clínica donde ya la estaban esperando.

La clínica Sánchez Moreno quedaba en el centro de Lima, había ido ahí las dos veces anteriores y ni ella ni mi abuela ni mi papá. que a todo le busca una deficiencia, tuvieron ninguna queja sobre las enfermeras o la atención. Hace unos años fui a comprar adornos navideños a Mesa Redonda y en un edificio antiguo de al lado, vi unas letras borrosas en la pared sucia que me indicaron que ahí quedaba la clínica que ya hace muchos años había dejado de existir. Como siempre, mi papá había desaparecido por unos días para irse de juerga con los amigos. Mi abuela decía que mi papá era bueno para las emergencias. De alguna manera se entero a los pocos minutos que el momento había llegado. Supongo que Chelita, mi abuela paterna, le había avisado al instante de recibir la llamada. Ella siempre sabia donde estaba.
Mi tía Florencia se quedo cuidando a mis hermanos y a su hija de la misma edad de Luis. Afuera de la sala de operaciones, muy cerca a la puerta, mi abuela trataba de escuchar un llanto de bebe para asegurarse de que ya había nacido. Mi papá daba vueltas y se acercaba de rato en rato a decirle algo gracioso a mi abuela, a ver si así le quitaba los nervios y de pasada se los quitaba el también. Mi abuelo, un tipo muy correcto calmado estaba sentado mirando a los dos nerviosos y los invitaba a sentarse con él con una voz muy suave y tranquilizante. En el tiempo que duro la operación no logro convencerlos y de cuando en cuando se paraba para acompañarlos al lado de la puerta.
Mi primer llanto fue el aviso de que ya había nacido. Mi abuela empezó a dar brincos mientras gritaba que ya había nacido y que mi llanto era bonito. Mi papá la abrazó pero ella no dejó de saltar. Mi abuelo, felicitó a mi papá muy correctamente. Mi mamá estaba agotada por el esfuerzo que tuvo que hacer pero se mantuvo despierta mirándome y vigilando todo lo que las enfermeras hacían conmigo. Naci pesando muy poco, midiendo menos y muy pálida. El doctor dijo que a pesar de mi peso todo estaba normal y que era una bebe muy sana. La Mama no pensó igual. Cuando me vio por primera vez le dio miedo cargarme, pensaba que me iba a “deshacer”. Perseguía al doctor y le pedía que le exija a mi mamá que coma más. Tenía la idea de que si mi mamá empezaba a comer yo iba a aumentar mi peso y todos se reían tratando de hacerla entrar en razón. Siempre usan la palabra “piltrafa” cuando me hablan de ese día: “eras una piltrafa”.
Escoger el nombre que me iban a poner fue causa de muchas discusiones que se dieron desde que supieron que sería mujer. El Beto quería ponerme Vera Lucia; Fernando quería que me llame igual que mi abuela paterna “Chelita”. Ella se llama Graciela pero él pensaba que Chelita era su verdadero nombre. Mi abuela quería que me pongan Lourdes o Roxana, los dos nombres de mi mamá. A mi papá le daba igual, no cree que los nombres sean importantes. Mi mamá no quería que yo tuviera ninguno de sus nombres. Había pensando en una cantante brasilera que mi abuela escuchaba en el toca discos pero se dio cuenta que hubiera sido un poco tonto llamarme Luisa Fernanda siendo los nombres en femenino de mis dos hermanos. Recordó que en el colegio tuvo una muy buena amiga, que le gustó su nombre y que alguna vez le dijo que si tenía una hija mujer le pondría Cristina. La solución la dio mi abuela y sugirió hacer un sorteo en ese momento para elegir mi nombre. Todos escribieron en un papel el nombre que querían para mí y los metieron en una bolsa. Se rieron mucho y hasta la acusaron de hacer trampa cuando mi abuela que sacó el papel leyó el nombre ganador que ella había escrito: Cristina Graciela de Lourdes. Una vez mi abuela me enseñó en papel ya amarillento que tenía guardado dentro de su pasaporte, me contó toda la historia y con una sonrisa picara recordó cuando la llamaron tramposa. En el mismo cajón guardaba un roponcito rosado tejido por ella que use cuando nací. Hace unos meses se lo regale a mi sobrina, cuando nació era una piltrafa.
En un descuido en el que mi mamá se fue al baño mi tía Florencia me sacó de la habitación. Nos buscaron por todos lados. Mi mamá pasó desesperada por uno de los cuartos y vio que una señora sentada en su cama me tenía en brazos. Era la Valentina de Oro que estaba internada en una habitación cercana. Me alzo mientras mi mamá nos miraba asustada y me dijo que sería una niña muy afortunada. Si mal no recuerdo esa historia, la Valentina murió poco tiempo después.
El primer día en casa me echaron encima de la cama. Fernando, que entendía lo que pasaba mas que Luis, estaba muy emocionado por conocerme. Entro corriendo al cuarto de mis papas, se acercó y me destapó. Dicen que su cara de confusión duro unos segundos: “Es china”. Me cubrió la cara con la colcha y se fue. Me gustaría poder saber si las imágenes que tengo por las miles de veces que me han contado la historia son tan parecidas con la realidad, de todas formas son los recuerdos robados mas hermosos que tengo.

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