Como cada mañana, la Mama se servía el café con leche que le daba el aroma matutino al comedor de la casa y a su boca cuando me daba el beso de los buenos días. Mi mamá estaba sentada a su lado terminando de preparar para mí el pan con mermelada de fresa hecha por mi abuela. A mis 7 años sabia reconocer los desayunos especiales que esas dos mujeres hacían para mí y mis hermanos… una mermelada casera, una crema de aceituna, el pan francés con sangrecita y los tamalitos que venían siempre de la misma y antigua panadería…
Después de 17 años de aquel desayuno se me hace difícil recordar la conversación de adultos que seguramente interrumpí para satisfacer mi curiosidad:
-¿y cómo se conocieron tu y mi papá? – mi mamá solo sonrió un poco nerviosa y sorprendida y mi abuela soltó una carcajada
- ¡Que tal Cristina… lo que quiere saber!, dijo.
- es que quiero saber… nunca me han contado, ¡ya pues!
En los 70´s, cuando los jóvenes limeños usaban pantalones acampanados y las chicas podían usar shorts muy cortos sin siquiera tenerle miedo al pudor, cuando Roxana ya tenía algunos años viviendo en San Borja y Augusto no muy cerca, en Balconcillo.
Florencia, la hermana mayor de Roxana, conocía gente de todos lados de Lima.
EL zambo, era uno de los que habían quedado prendidos de su alocada forma de ser y que cada vez que podía se subía a su moto y recorría la distancia entre La Victoria y San Borja solo para ir a verla un rato. Uno de esos días en que sus ganas de verla estaban presentes le pidió a su buen amigo Augusto que lo acompañara…
El chato Augusto, el menor y mas engreído de cuatro hermanos, de una familia de padres separados aunque él no lo sentía así. Un tipo juguetón de piel trigueña con mucho carisma y sentido del humor, con guitarra en mano cantando cuanta canción pudiera aprender y poniéndole alegría a cuanta fiesta fuera invitado.
-Chato, ¿vamos a ver a la gringa un rato? …
Cada vez que el zambo iba a ver a la gringa Florencia, ella salía sin siquiera pedir permiso; se sentaban en las bancas de afuera de la casa y se quedaban horas conversando, fumando unos cigarros y dando vueltas en la moto de cuando en cuando.
Roxana, la menor de cuatro y la más juiciosa de la familia; una niña que creció a merced de los problemas que ocasionaba la hermana mayor y la única que entendía las lagrimas de su padre. Una casi mujer de piel rosada y cabellos claros que siempre sonreía a pesar de tener el carácter complicado.
Salía de rato en rato a las rejas de la casa a ver si su hermana mayor estaba aun cerca y al escuchar el sonido de la moto salía corriendo con la preocupación de que su papa no se diera cuenta y con la preocupación del tipo de vida que su hermana llevaba.
Ese día de verano, Roxana estaba limpiando su bicicleta en el patio de la casa; el zambo y el chato llegaron haciendo ese ruido molesto con la moto que ella tanto odiaba… levanto la mirada y los vio parados frente a las rejas esperando alguna respuesta al sonido del timbre que habían tocado.
-¡Florencia… te buscaaan!
La gringa salió corriendo a los pocos segundos, tiempo suficiente para que los chicos pudieran comentar sobre el mal carácter de esa bonita niña que no quiso ni mirarlos…
-¡Que jodida!
-Es su hermana… es buena gente ah!
Como nunca, se quedaron conversando cerca a las rejas por un rato antes de salir corriendo a sentarse en las bancas y fumar todos los cigarros que podían durante esa tarde calurosa.
Florencia que estaba recostada sobre las rejas estuvo a punto de caer cuando se abrieron bruscamente. Era Roxana que salía con arrogancia y su cara de pocos amigos y su bicicleta atropellando sin ningún cuidado al Chato Augusto que estaba distraído encendiendo un cigarro.
-¡cuidado!
-¡permiso pues!…
Sus cabellos castaños tenían un brillo diferente con la luz del sol. No era solo una niña malcriada en una bicicleta, era una casi mujer con pantalones cortos y mejillas rosadas. Reconoció en ella y en su ceño fruncido una dulzura que estaba siendo invadida por problemas de los que ella no debía ocuparse a su tierna edad. Algo en ella hizo que el Chato siguiera acompañando al zambo a esa casa en San Borja.
Las siguientes semanas el sonido de su guitarra lograron arrancarle palabras amigables y unas cuantas carcajadas aunque no estaba pasando por el mejor momento. Sus hermanos ya no estaban en el país. Florencia se había ido a estudiar a Brasil unos días después que Roxana y Augusto se vieron por primera vez y su mamá se iría en pocos días. Su vida estaba dando un cambio rotundo, su familia enrumbaba a otro país y a ella la dejaban al cuidado de una tía no muy cercana y lejos de su casa y amigas.
La familia y amigos del Chato llenaron el vacio que su familia había dejado al irse y él le daba la atención que hacía ya muchos años su padre no le daba. Se enamoraron, ella tenía 15 y el 19 años, y se enamoraron como dos jóvenes ingenuos.
Fueron juntos a la fiesta de graduación, Roxana se puso un vestido blanco y ancho para la fiesta. No quería que los profesores del colegio notaran la misteriosa panza que le estaba creciendo. La ceremonia del matrimonio fue hermosa, un tío muy querido la acompaño al altar. Estaba hermosa, sus mejillas estaban aun mas rosadas que nunca y su rostro de niña se escondía tras el suave maquillaje que la obligaron a usar. Llegó en carroza a la fiesta en casa de sus suegros, en Balconcillo. Las historias y las tantas mujeres que marcarían ese matrimonio no se hicieron esperar en la fiesta, sus primeras lágrimas como casada aparecieron desde ese día y su sonrisa de blanca novia fue desapareciendo con el pasar de los meses.
1 comentario:
me he vacilado y enternecido a la vez jajaja
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