Hay ciertas cosas de las que nunca he sido capaz de escribir todo lo que realmente siento y pienso. Se me hace muy difícil, por ejemplo, escribir sobre mi familia. Es muy confuso. Se me complica escribir sobre los lugares a los que les tengo tanto cariño y las personas que quiero más allá de un simple “te quiero”. Aun así, desde hace unos días siento la necesidad de escribir sobre una de las personas que, fuera de mi familia de sangre, es una de las personas más importantes en mi vida: Mi “mejor amiga”.
Y otra vez el Messenger. Con conversaciones más adultas, con nuevas historias de un pasado reciente en el que no hablamos nunca. Un volver a conocernos porque, de alguna forma, ya no éramos las mismas. Y las miles de risas y madrugadas repletas de estupideces que hasta el día de hoy forman parte del repertorio interno de carcajadas. Frases que hasta hoy son la razón de una risa sin siquiera haber terminado de decirla. Amores, desamores pasajeros, desamores fuertes y las acostumbradas catarsis con temas familiares que siempre terminaban con un “lo siento, tenía que botarlo” y que en realidad no esperaban una respuesta. Las ciento de tardes frente al televisor viendo todo y a la vez nada. Desparramadas mientras se nos iban los meses, esperando que llegue el verano para dejar de turnarnos la colorida manta. Las extrañas coincidencias con varias comidas que aumentaban razones para compartir, y las cosas en las que no coincidíamos, haciéndonos compartir aún más. Las mañanas y tardes enteras aplaudiendo su pasión, a pesar de no entender nada de lo que hacía. Las pocas juergas, porque no somos de esas amigas que andan juntas de juerga, pero que cuando lo hacen, terminan siendo muy buenas. Las amanecidas con cerveza en mano hablando de cosas que quizá por ese orgullo o muro que cada una tiene, no hablaríamos. Y las lágrimas, por supuesto. Esas lágrimas que son realmente capaces de abrirme un hoyo en el corazón. Y las peleas que, gracias a Dios, no sobran y han aparecido una o dos veces, suficientes veces y tristeza como para permitir que suceda otra vez.
tenerte conmigo para caminar..
Fue hace más o menos 7 años que entendí que un cartón si era importante y que, a mi edad, ya era hora de empezar y terminar una carrera. Que entendí que en el turno, salón y entorno en el que estaba, no solo no iba a estudiar nunca, si no que no lograría aguantar un mes más. Fue hace más o menos 7 años que me burlé de su nombre en silencio sin haberle puesto un rostro aun, dándome cuenta tiempo después que de haberme burlado en voz alta, hubiera cavado mi propia tumba.
Nunca olvidaré la primera vez que escuché su risa escandalosa, la de ella y ese grupo al que yo miraba con envidia por haber coincidido un ciclo antes. Incluso recuerdo la primera vez que hablamos. Estaba encargada de sacar unos equipos, necesitaba un DNI y yo ofrecí el mío. Recuerdo que su caminada era bastante intimidante, su ropa oscura y la “moda” que la etiquetaba como una chica ruda, de esas que se las saben todas, también lo eran. No tardó en humillarme públicamente burlándose del tamaño de mi DNI. No tardó ni un minuto en dejarme ver que no era más que una “etiqueta” lo que aparentaba y en mostrarme una sonrisa y una abierta nobleza en esos ojos llenos de una picardía que se me hacía muy familiar. No tardó ni un minuto en pasar de mi ya conocida etapa de antipático prejuicio a mi etapa de entregar mi mejor sonrisa y abrirme a conocer a la persona que tengo en frente. Creo que es justamente esto lo que hizo tan fácil todo el comienzo de esta historia. Después de eso vino un golpe en el hombro y una carcajada cómplice que, muy a su estilo, era una forma de hacerme ver que yo también le había caído bien. Insistió en salvarme de andar con gente con la que jamás andaría de no ser por mi traicionera timidez. Luego, el Messenger. Ese entrañable amigo que aunque ahora todos menosprecien, fue el afianzador compañero. Y así fue, empezaron las risas, aparecieron las primeras frases estúpidas, los chistes internos. Surgieron historias pasadas, los más profundos miedos llevados siempre a la broma. Empezó la confianza, llegaron los primeros apodos y el inevitable cariño.
Desde ese primer golpe en el hombro hasta hoy, hay mucha historia. Pasamos de ser dos perfectas desconocidas a ser un poco compinches. Creamos una confianza que estaba por sobre el valorado acto de contarnos todo. Pasamos de ser muchos en un grupo a ser solo 4 y de vez en cuando, solo nosotras dos. Cada una vivía un calvario del que no hablábamos mucho. Yo me preocupaba por mantenerla al tanto de lo que pasaba cuando no estaba en clases y ella, de defenderme si alguien pasaba el límite del respeto. Yo empecé a ponerla en mi lista mental de esas a las que catalogas como “una de tus mejores amigas”. Ella, no sé y la verdad, no es relevante hoy en día. Yo, de una forma que hasta a mi me sorprendía, era incapaz de comentar a sus espaldas cualquier cosa que no fuera correcta. La defendía, sin que supiera, de algunas lenguas que intentaban dejarla siempre en mal lugar, me preocupaba sin invadir su siempre distante espacio. Hay tanto desde ese primer golpe. El segundo, por ejemplo, cuando sentí que había perdido a “una de mis mejores amigas” y a cambio de eso me alejé yo también, con un resentimiento extraño y estúpido que me hizo olvidar lo importante. Olvido del que hasta el día de hoy me arrepiento como casi nunca me he arrepentido de algo y que me ha llevado a ser como soy con ella ahora.
Y regresó. Así como llegó alguna vez a burlarse de mi DNI y de mi edad, regresó a mi vida con todo su nuevo aire y su renovada y real sonrisa. Regresó para dejarme ver lo mucho que la había extrañado todo el tiempo que anduvimos sin saber de nuestras vidas y lo mucho que extrañaba reír con nuestro fino humor. Sin peso, regresó. Como cuando no tienes nada que temer y nada que perder. Regresó el día de mi cumpleaños a darme una razón más para celebrar cada año. Porque sí, hay cosas como esta amistad renovada que merecen celebrarse. Y desde ese día, también hay mucha historia que contar.
Y otra vez el Messenger. Con conversaciones más adultas, con nuevas historias de un pasado reciente en el que no hablamos nunca. Un volver a conocernos porque, de alguna forma, ya no éramos las mismas. Y las miles de risas y madrugadas repletas de estupideces que hasta el día de hoy forman parte del repertorio interno de carcajadas. Frases que hasta hoy son la razón de una risa sin siquiera haber terminado de decirla. Amores, desamores pasajeros, desamores fuertes y las acostumbradas catarsis con temas familiares que siempre terminaban con un “lo siento, tenía que botarlo” y que en realidad no esperaban una respuesta. Las ciento de tardes frente al televisor viendo todo y a la vez nada. Desparramadas mientras se nos iban los meses, esperando que llegue el verano para dejar de turnarnos la colorida manta. Las extrañas coincidencias con varias comidas que aumentaban razones para compartir, y las cosas en las que no coincidíamos, haciéndonos compartir aún más. Las mañanas y tardes enteras aplaudiendo su pasión, a pesar de no entender nada de lo que hacía. Las pocas juergas, porque no somos de esas amigas que andan juntas de juerga, pero que cuando lo hacen, terminan siendo muy buenas. Las amanecidas con cerveza en mano hablando de cosas que quizá por ese orgullo o muro que cada una tiene, no hablaríamos. Y las lágrimas, por supuesto. Esas lágrimas que son realmente capaces de abrirme un hoyo en el corazón. Y las peleas que, gracias a Dios, no sobran y han aparecido una o dos veces, suficientes veces y tristeza como para permitir que suceda otra vez.
La etiqueta “mejor amiga" llegó sin que me diera cuenta hasta que retumbó en mis oídos llenándome de una mezcla de alegría, orgullo y honor (porque debo admitir que tengo un lugar envidiado por gente que la rodea). Y caí en cuenta de que yo también andaba usando esa etiqueta en mi cabeza al hablar de ella y que, aunque deteste usarla, era necesario usar esa palabra para explicar en lo que se había convertido.
La confianza ha pasado de elegir que decirnos a contarnos casi todo, siempre con el espacio y tiempo que cada una crea conveniente porque si de algo estoy segura, es que eso de que "contarle a alguien todo es símbolo de confianza", no es más que un cliché absurdo y engreído. Y es que, creo yo, que hay un punto en que la confianza pasa a convertirse en lealtad y esa, hay de sobra por aquí. Lealtad para no andar diciéndole al mundo nunca lo que nos contamos. Para que no sea necesario nunca el “no le digas a nadie”. Para no decirle a nadie antes que a nosotras lo que pensamos la una de la otra, de nuestros errores, miedos y debilidades. Para hacer real eso de que los amigos te defienden en público y te putean en privado. Para aceptarnos tal y como somos. Aceptar ceder aunque cueste, si eso ayuda a que la otra esté bien. Para no juzgar nunca lo que hicimos, lo que hacemos y dejamos de hacer, lo que nos duele y lo que soñamos. Y es exactamente eso, porque que así como yo, ella tampoco ha juzgado nunca ninguno de mis sueños, ni el más absurdo e irrealizable y por el contrario y después de un profundo interrogatorio y una obvia risa inofensiva, los alentó a su peculiar manera.
La confianza ha pasado de elegir que decirnos a contarnos casi todo, siempre con el espacio y tiempo que cada una crea conveniente porque si de algo estoy segura, es que eso de que "contarle a alguien todo es símbolo de confianza", no es más que un cliché absurdo y engreído. Y es que, creo yo, que hay un punto en que la confianza pasa a convertirse en lealtad y esa, hay de sobra por aquí. Lealtad para no andar diciéndole al mundo nunca lo que nos contamos. Para que no sea necesario nunca el “no le digas a nadie”. Para no decirle a nadie antes que a nosotras lo que pensamos la una de la otra, de nuestros errores, miedos y debilidades. Para hacer real eso de que los amigos te defienden en público y te putean en privado. Para aceptarnos tal y como somos. Aceptar ceder aunque cueste, si eso ayuda a que la otra esté bien. Para no juzgar nunca lo que hicimos, lo que hacemos y dejamos de hacer, lo que nos duele y lo que soñamos. Y es exactamente eso, porque que así como yo, ella tampoco ha juzgado nunca ninguno de mis sueños, ni el más absurdo e irrealizable y por el contrario y después de un profundo interrogatorio y una obvia risa inofensiva, los alentó a su peculiar manera.
La vida siempre me ha puesto buenas personas en el camino y la intuición me ha guiado a escoger a muy buenos amigos con virtudes hermosas y defectos a veces irremediables, pero llevaderos. El destino me puso hace 7 años en un salón sola, totalmente vulnerable y, raro en mi, sin ganas de juzgar a nadie. La vida, la confianza, lealtad, intuición y sobre todo el inmenso cariño que hay, nos ha llevado a una nueva aventura que confieso, me moría de miedo de emprender. Creí que compartir un techo con ella sería, más allá del sueño adolescente de vivir con tu mejor amiga, una difícil tarea. No con las dificultades que algunos enumeran a veces cuando preguntan qué tal nos va, no. Creí que no podría volver a dejar que invadan mi espacio, pero no me había dado cuenta que mi espacio lo comparto con ella desde hace ya mucho tiempo y es la única persona con la que no me molesta hacerlo. Creí que vernos todo el tiempo sería malo, pero creo que cada día que nos vemos sabemos ver lo que realmente necesitamos, ya sea un poco de compañía o mucho espacio, una broma idiota, un silencio, un plato de comida favorito, una pastilla, un abrazo o un siempre sincero “¿todo bien?”.
Y es también esa confianza, intuición y lealtad (sobre todo eso) lo que ha hecho que logremos calar la una en la otra. Nuestras vidas han sido muy distintas y a la vez, hemos tenido dolores muy similares. Uno de ellos, hace que de cierta forma entendamos lo que es la fuerza y la fe de la que hablamos muy de vez en cuando y con una botella verde en la mano. Hemos entendido que hay cosas que solo podemos decir en nuestro cerrado círculo de confianza. Que hace mucho tiempo está implícito el “a ti no te voy a mentir” para cosas que no queremos reconocer en voz alta frente a los demás. A nuestro modo, las dos tenemos un carácter complicado que, extrañamente, no se activa mucho entre nosotras. Las dos creemos irremediablemente en los códigos inquebrantables capaces de deshacer la amistad más grande. Yo soy bastante cursi, tanto como para escribir todo esto. Ella demuestra con acciones y sin tanta palabra. Ella es la fuerte de este dúo, la tajante en ciertas decisiones sin vuelta atrás. Yo soy la que da vueltas, la siempre en dudas y miedos. Ella es la que me desahueva cuando dudo mucho, cuando no quiero asumir lo que me toca. Yo la escucho y jamás la juzgo. Soy el bicho en la oreja que le dice si algo no es correcto y ella, la que tarda en darme la razón. Ella es la fuerte pero la que se hunde en un hoyo negro cuando se quiebra. Yo bajo mi voz y mi mirada pero he aprendido a no hundirme tanto y es más fácil con su bulla al lado. Ella sabe cómo sacarme de mi coraza, levantarme del piso y sacar lo que siento con cucharita. Yo sigo intentando hacer lo mismo con ella y no logro más que engreír sus exigentes gustos con esta parte maternal/hermana mayor que ha logrado sacar en mí. Somos capaces de reírnos de nosotras mismas, en los peores momentos, yo de mí y de ella, ella de mí y de ella. Las dos de todo el mundo. Hablamos con la mayor franqueza incluso de cosas que a otras personas les ofendería. No nos ofendemos, nunca, ni cuando criticamos duramente lo intocable: nuestras familias y nuestras pasiones. Somos capaces de putearnos de la manera más sutil, de no molestarnos nunca por un consejo o una crítica, de tomarla de la mejor manera y entender que es mejor decirlo que callarlo.
La intuición me dice que es cierto lo que siempre le digo, que es para toda la vida esta fuerte amistad. La vida dirá. Dirá si continúa así de fuerte e irrompible con el pasar de los años, de la vida misma, de esta aventura que hasta el momento es una de las mejores. Si es cierto que nuestros hijos jugaran juntos, que los suyos humillaran a los míos y todas esas tonterías que sin darnos cuenta vamos prometiendo en silencio al tiempo. No lo sé y creo que ella tampoco tiene la certeza. De lo que si estoy más que segura, es que siempre que podamos estaremos ahí la una para la otra. Aplaudiéndonos, en el abrazo fuerte de cada cumpleaños, en los desamores, en el silencio para no estorbar, en el futuro que a veces alucinamos, en las buenas y siempre en las malas.
Alguna vez escribió que al parecer, el destino nos iba a unir tarde o temprano y sí, fue exactamente cuando debió ser y nos unió otra vez cuando más lo necesitábamos. Hace 7 años desde ese golpe en el hombro que se convirtió en un abrazo fuerte al saludarnos. Hay muy pocas cosas sobre las que estoy segura en esta vida y para ser sincera, hay pocas personas por las que tengo un cariño tan fuerte como para que no se cuele ningún sentimiento negativo. Ella es una de esas pocas personas y no sé si alguna vez podré llegar a demostrarle y mucho menos decirle cara a cara lo mucho que me enorgullece cada cosa que hace. De que aplaudo en silencio cuando se aferra a su guitarra, cuando anota, cuando es feliz. Que admiro su fortaleza y sus fuerzas para llorar. Que admiro la persona en que se ha convertido, pudiendo ser todo lo contrario. Que aún puede saltar de espaldas porque siempre estaré ahí para atraparla. Que todo lo que hice por ella, lo volvería a hacer sin pensarlo. Que es mi pierna derecha, que necesito desde sus risas hasta su silencio cuando no sabe que aconsejarme. Que la promesa que le hice al cielo en sueños, no la romperé jamás. Que la amo con esa parte de mi corazón que solo tienen los que llevan mi sangre. Y que, cuando digo que es mi "mejor amiga", en mi corazón sé que no es suficiente y que esa etiqueta jamás le hará justicia a la hermana que me dio la vida, la suerte y la perfecta intuición.
Somos tanto distintas y es tan necesariotenerte conmigo para caminar..