lunes, 14 de abril de 2008

momento de migrar...

La confianza en su aberración, perdones no escuchados, perdones jamas dichos...
no soy quien para juzgar...


El refugio de las almas unidas 
ha sido invadido por la malicia 
La neblina llegó a sus ojos 
No las deja ver… 
El frio congeló sus corazones 
¿Ya es momento de volar?
La pena destroza los recuerdos 
Hay frases toscas y secretos… 
El calor se llevó toda lealtad 
Aunque el cariño sea real 
Cicatriza cada vez más lento 
¿Se podrá perdonar? 
Divididas las almas más unidas 
Embriagadas por el deseo 
Perdidas en el bosque del olvido 
… ¿es aquí donde se abre la brecha? 
La decepción será mi tren 
Es mejor… 
migrar con mi paz…

martes, 1 de abril de 2008

...Ya no existimos...

Sentados en el frío de una decisión 
iluminados por el sol débil de una primavera absurda 
que no ha parido ni una flor… 
Nos escondemos bajo el cemento 
donde los amigos ya no nos juzguen 
donde tu dueña ya no me odie 
donde no nos alcance el mar 
testigo fiel del primer beso 
que no vea ahogarse su ilusión… 
Hablando con las manos guardando 
las promesas devolviendo el compromiso… 
El alma llora,
los ojos sufren 
ya no mentimos… 
ya no existimos…

"coleguita" Lucho...


Estaba en la oficina jugando a trabajar cuando recibí la llamada que me sorprendió y aunque no arrancó lagrimas en mí, una profunda tristeza se apoderó de mi rostro y del rostro de mis compañeros… “ha fallecido mi hermano Lucho”… y el tono de voz con el que me lo dijo mi padre fue como una de sus tantas bromas diarias… En qué familia no ha sido “el tío Lucho” protagonista de alguna anécdota, quien no ha tenido al Tío Lucho en una reunión familiar?... siempre los hay, como Juan, como Tito, siempre hay un tío Lucho en cada familia… En la mía, estaba él… que gritaba cada vez que entraba por la puerta de esa casa de 3 pisos donde nos reuníamos cada celebración de algo. Entraba con su singular sonrisa cachosa y su voz cantante exagerada gritando que quería comer o que se yo… Llegaba y se sentaba a la mesa a contar las tantas historias de algún ministerio o la oficina de algún juez.
El tío Lucho, abogado de profesión aunque más de corazón que tantas veces sacó al intocable de una celda y supo manejar los casos más fregados de la otra parte de mi sangre… Angustia, eso era lo que corría por mi cuerpo mientras asimilaba que la noticia era cierta, desconcierto, dudas y pena… La pena, este sentimiento se adueñó de mí durante el día al pensar el cómo o el porqué de su partida y entonces una pena más grande y más doliente se metió en mi pensamiento: ¿Cómo se sentirían los que no supieron perdonarlo? Su hermana estaría ahora arrepentida de haber juzgado ante ningún juez y haberlo mirado sin reconocerlo… Sus hijas, dejaron que el rencor de una mala crianza se interpusiera entre un abrazo hacia el tío… Yo mientras tanto, buscaba en mi memoria el ultimo abrazo que le di, la última palabra en 3 o 2 meses atrás y sin ir tan lejos lloré cuando ante mi apareció 1 semana antes dándome una abrazo, haciéndome una broma típica de él y un “hasta luego coleguita”…
Las veredas habían sido invadidas por sus amigos, su familia y los amigos de ellos… y las pistas invadidas por los autos que fui reconociendo mientras me acercaba buscando entre tanta gente vestida de negro a mi papá... con las ganas de aferrarme a su mano y susurrarle con un abrazo que estaba con él si quería llorar, que estaba con él si quería bromear… Entre tanta oscuridad estaba la eterna esposa de mi tío, la mujer que sufrió, amo y perdonó toda su picardía, la incondicional mujer que año tras año y resaca tras resaca estuvo con el aun luchando contra su orgullo y lo alejó mil veces aun queriéndolo como nunca. Sus anteojos no impedían del todo ver las lágrimas oscuras que acababan con su peculiar maquillaje… la tía con su fiel pañuelo ni siquiera notó mi presencia cuando la salude. Al lado, la abuela, la gran señora que tantas veces defendió a su hijo y que tantas tuvo que ser firme con el… ella no estaba cantando como cada vez que la veo, ella no estaba en su cocina preparando manjares para sus hijos y la pequeña nieta… ella estaba ahí, llorando a su hijo, calmada, sonriente, pensativa o lo que más bien parecían estragos de una potente píldora para los nervios. Con ropas blancas, caras pálidas y miles de preguntas en la cabeza encontré a mis primas junto al ataúd intentando atender a todos e intentando escapar de los sentidos pésames de gente que jamás vieron… No sé si les alegró verme… no sé si les alegro ver una cara joven o conocida… Creo que les alegro que no les mencionara palabra alguna mientras les daba un fuerte abrazo y una guiñadita de ojo que se bien entendieron a la perfección… Salí a esas veredas invadidas y al fin pude darle ese susurro a mi papá, un pequeño instante en el que la sangre va más allá de las palabras. Mientras veía a todos calmar el nerviosismo con café en una noche de verano y caminar de un lado a otro con los cigarros encendidos, mientras los tíos jaraneros recostados en los autos contaban las mejores y las peores anécdotas del tío Lucho y en su unica manera intentaban sobrellevar la pena, mientras reía con ellos por la gracia de sus aventuras, por la nostalgia o por los recuerdos del tío pensaba… en su quietud, en la injusticia de su partida, en que no soy quien para juzgarla, en que estaría diciendo el … pensaba en si mientras todos nos movíamos el estaría ahí quieto y en paz… pensaba que mientras llorámos una muerte nos vamos muriendo, vamos matando nuestras almas día a día con nuestros errores y nuestros vicios… y entonces se encendía otro cigarrillo y entendía… es que nadie la ve hasta que está cerca y nadie la llora hasta que llega… pero también pensaba en lo que me enseñó mi mamá y su madre… a perdonar… y entonces tuve la certeza de que el tío Lucho estaba ahí mirándonos, riéndose, burlándose… perdonando no… porque él, estoy segura, perdonó mucho antes de su partida no anunciada…